Incarcerous: la maldad comienza {Élite}

>Jamás se hubiera esperado ésto, las fuerzas oscuras apenas están comenzando y ya debes decidir a dónde pertenecerás

{#} Incarcerous

Se escuchaban pisadas en los alrededores de ese lugar, nadie estaba cerca como para lograr a escuchar el grito que inundó el baño segundos más tarde, nadie vio salir a esa cosa del lugar dejando a una joven atrás tirada en el frío suelo del baño con los grifos botando toda su agua, ella mirando a un lugar y a la vez a ningún lugar sin nada de expresión en sus ojos, estaba muerta. Una leve niebla la cubrió en su totalidad y luego cuando miró a su alrededor sólo se había a sí misma en el suelo, miró sus brazos que estaban transparentes y llorando flotó hasta un rincón del baño, comprendiendo que estaba muerta.

El colegio Hogwarts estuvo amenazado de ser cerrado, el joven se quedaría sin hogar, justamente pensaba de escapar del orfanato y no se echaría para atrás por nada del mundo, y por eso los atraques cesaron; encontraron al “culpable”, lo expulsaron del colegio y rompieron su varita sin piedad, sin darle oportunidad de defenderse; lo peor es que esa cosa está aún escondida en uno de los tantos escondrijos de Hogwarts, un lugar que ha sido buscado por años y nunca se ha dado su paradero, esperando ansiosa a que la volvieran a liberar.

Tom Riddle era el típico alumno de Hogwarts, Prefecto de su casa y futuro Premio Anual en un año, adorado por todos sus profesores, no importaba si era huérfano y mestizo él era una persona fría que no le interesaban los demás pero a los demás le prestaban atención sólo porque sus más cercanos sabían que les convenía tenerlo cerca para lo que se avecinaba.

Un profesor desconfiaba de él, recordaba como hace años había visitado al joven en el orfanato y éste le confesó que hablaba con las serpientes, es que ni siquiera tuvo que oír más para desconfiar de él pero aún así lo protegió como a un hermano, tal vez le daría la vuelta al destino haciendo que aquello que tuviera preparado para el joven no sucediera.

Se escucharon unas voces inteligibles y por el desolado pasillo salieron tres figuras enmascaras, se reunieron a la mitad de éste y se miraron, no podían verse las caras por culpa de las máscaras que cargaban puestas pero sabían quién era cada uno y de eso se trataba, saber que entre tus filas no estaba ningún desconocido, se reconocían al instante sin necesidad de mirarse o hablar, buena forma para que nadie se infiltrara entre ellos.

— ¿Estáis listos? –una voz fría entró por sus oídos y para no hacerle esperar mucho asintieron inmediatamente, él sonrió detrás de la máscara; no dudaba nada, todo lo que tenía planeado sería grande, desde que descubrió ser el heredero de Salazar Slytherin y entre otras cosas decidió acabar con todos aquellos que no merecieran tener magia.

Se quitaron la capa dejándola caer sordamente en el suelo del lugar, les había costado demasiado persuadir a su familia sin que se dieran cuenta de que cuatro personas abandonaban la cena de familiar que siempre se hacía una semana antes de comenzar un nuevo año en Hogwarts. El mayor de los que estaban ahí se acerco al gran estante donde su padre guardaba los mil y un libros que tenía, sacó un libro viejo y empolvado y lo dejó caer en una de las sillas; un pelinegro fulminó a su hermano con la mirada y se acercó para quitarle el polvo y abrirlo, detrás suyo se pararon los dos menores que también los acompañaban observando que no era un libro normal, no tenía portada y las hojas estaban pegadas, cuando el pelinegro lo abrió vieron como unas cincuenta hojas rotas en conjunto dejando un pequeño hueco.

— ¿Qué hacéis aquí? –los cuatro pegaron un salto al escuchar una voz muy conocida de ellos, se dieron la vuelta y otra pelirroja los miraba con los ojos entrecerrados y los brazos cruzados esperando una respuesta.

— Rosie, Rosie, Rosie. –murmuró el mayor y la invitó a pasar, le pasó un brazo por encima de los hombros y caminó con ella explicándole su cometido; sin que se dieran cuenta tres rubios habían también entrado detrás de Rose y cerrando la puerta se acercaron a los tres jóvenes que estaban arrodillados en el suelo con un libro en manos.

Cuando James terminó de explicarle a Rose todo la calmó ya que había reaccionado muy alertadamente y fulminando a uno de los rubios se acercó a sus hermanos menores sacando su varita y realizando un conjuro que ninguno supo identificar. Aquel hueco que se encontraba en el libro vacío se hundió más mientras que al fondo comenzaba a aparecer algo brillante y dorado, Albus lo tomó entre sus manos y sonrió con autosuficiencia al haber logrado su cometido, se levantó del suelo y se lo mostró victorioso a sus hermanos, primos y amigos.

— ¡Lo logramos! –soltó James eufórico chocando las palmas con su hermano, Albus le pasó el giratiempo a Hugo para chocarla con su hermano y se les cayó.

— Tranquilos, yo lo agarro –dijo uno de los rubios acercándose al giratiempo y tomándolo entre sus manos, inspeccionando que estuviera bien-. No le pasó nada. –se encogió de hombros sonriendo.

— Scorpius, fíjate. –murmuró Rose, él entrecerró los ojos fijándose y vio como el pequeño reloj daba vueltas a toda rapidez.

Lo siguiente que sucedió fue muy confuso, del pequeño giratiempo salió una ola de viento que los atrapó a todos, Scorpius soltó el giratiempos asustado y éste cayó al suelo, James le dio un zape al tiempo en que todo a su alrededor se movía con demasiada rapidez, si acaso lograba ver pequeñas cabezas pero no las identificaba. Cuando todo paró de dar vueltas los ocho chicos miraron a su alrededor, estaban en los jardines de Hogwarts, se sorprendieron al ver que habían llegado a su colegio, caminaron por los pasillos dispuestos a ir a hablar con la directora McGonagall y contarles lo que había sucedido.

Todos bajaban felices del tren, saludándose entre sí, al fin habían llegado a Hogwarts, su colegio nada normal; se podría decir que en verdad Hogwarts no era normal, siempre pasaba algo diferente cada día y los profesores eran totalmente extraños. Sin embargo, ese primero de septiembre estaban más felices que nunca, el colegio casi cerraba y pensar que ya no verían tanta magia cada día los puso nostálgicos; pero ni hablar de la fiesta que se formó en el Gran Comedor cuando el director se levantó de su silla y felizmente comunicó que el colegio no sería cerrado, que habían atrapado al culpable y que los esperaba ansioso todos los años que le quedaban por dar.

Entraron con la misma felicidad al Gran Comedor, varios de los alumnos se quedaron parados en la puerta trancándole el paso a los demás, como pudieron trataron de asomarse para ver por qué los jóvenes habían trancado el paso. Al final del Gran Comedor, luego de los escalones, donde siempre estaba la mesa del profesorado y en frente de ésta algunas veces se encontraba el taburete con el viejo sombrero seleccionador encima, bueno, lo que ahora cambiaba es que detrás de aquel taburete se encontraban ocho chicos de espaldas a ellos hablando entretenidamente con el profesor de Transformaciones, el de Pociones y el Director. Cuando éste último se dio cuenta de que sus alumnos no habían pasado de las grandes puertas de madera se paró enfrente de todos con los nuevos siguiéndole.

— Por favor, pido que os sentéis –dijo luego de realizar un hechizo para agrandar su voz, todos tomaron asiento en menos de dos minutos-. Como ya podéis ver tenemos visitantes –señaló a los jóvenes detrás suyo-, han venido de un intercambio desde Australia, no quiero que les hagan preguntas al respecto ni ninguna que los pueda disgustar, estarán un tiempo indefinido con nosotros y quiero que sientan que Hogwarts es su hogar. Traten de hacerles una estancia muy agradable, por favor; no queremos que se lleven una mala impresión de nuestro colegio.

Todos asintieron cuando el Director dejó de hablar, Dippet se volteó y le pidió a los “extranjeros” que tomarán asiento en las mesas, minutos antes se les había hecho la selección así que ya tenían claro a qué casa pertenecían, teniendo en cuenta que eran las mismas en las cuales estaban en su tiempo; tomaron asiento donde pudieron ver libre y se miraron con algo de nostalgia, allí no conocían a nadie y habían caído en diferentes casas, dos en Gryffindor, dos en Hufflepuff, dos en Ravenclaw y dos en Slytherin.

De una esquina de la mesa de Slytherin, rodeado de todos sus compañeros, un pelinegro se encontraba cruzado de brazos con el ceño fruncido mirando a aquellos chicos nuevos, no le daban buena espina; dirigió su mirada a los dos que habían caído en su casa, tal vez podría reclutarlos, tenían cara seria y no hablaban casi. De algo estaba seguro y era que, sin importar nada, los nuevos le habían venido en un muy buen momento.

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